miércoles, 22 de febrero de 2012

Si me extrañas, búscame en tu mente.

Cuando al oír su nombre ya no sientes ese cosquilleo intenso en el estómago; cuando al fin has conseguido reír sin la necesidad de que sea él quien te produzca esa perfecta sensación: cuando finalmente crees que has pegado cada pedazo de ti, y ya puedes gritar que eres otra. Sale una ventanita con su foto, ahí en pequeñito, y la abres y caes en la cuenta de que todo lo que habías conseguido puede venirse abajo con un sencillo hola. Rápidamente la cierras, como pidiendo que desapareciera por arte de magia. Coges aire, y intentas hacer cualquier cosa para entretenerte y no contestar, intento que durará como máximo treinta segundos. Contestas. Bien, todo va bien. Te relajas, dejas de temblar, o al menos lo intentas. Y vuelve, ahora más fuerte: que tal todo?. Tienes dos opciones, podrías decirle la verdad, que aun no has aprendido a seguir, que si algún día se le ocurriera volver tan solo tendría que buscarte allí donde te dejó; o responder con un falso bien. Te decantas por la segunda opción, las más sencilla, la más cómoda, la menos real.

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