viernes, 12 de octubre de 2012

Siempre que pido un deseo te me apareces aquí.

Cuarenta-siete, los días que llevo sin poder verte, ni abrazarte, ni besarte, y se dice rápido pero créeme cuando te digo que es una eternidad. Hoy he vuelto a la estación donde me hiciste aquella imposible promesa. Sentada en el mismo banco empiezo a recordar, todo. Aquel dos de Julio, en aquella parada del bus, donde no podría haber imaginado nada de lo que ocurrió más tarde. O todas aquellas tardes en donde ,sin darme cuenta, conseguiste cambiar todo lo que estaba bien para hacerlo mejor, poner todo mi mundo patas arriba. Son recuerdos agridulces, son recuerdos de esos que al recordarlos sonríes y instantes después  se te llenan los ojos de lágrimas, más que nada por miedo, miedo a que no se vuelvan a repetir, o mucho peor, a que tú al recordarlos no sonrías como lo hago yo. Y no sé si por orgullo, dignidad o tal vez por más miedo no pregunto, y así estoy sin saber si me estas echando de menos o me estas olvidando. En momentos como estos envidio a las mariposas de Vietnam, viven un día, un solo día; tienen veinticuatro horas para hacerlo absolutamente todo, no pueden pararse a pensar en el orgullo o el miedo, no pueden permitirse dudar, simplemente actúan; y ojala yo pudiese hacer lo mismo, decirte cuanto te quiero, cuantos son los días que pienso pasar a tu lado, pedirte perdón y susurrarte que siempre te voy a estar esperando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario