lunes, 1 de agosto de 2011

Tengo ganas de ti.

Y repentinamente, desde esa puerta entornada, desde ese salón lleno de personas desconocidas, de voces lejanas y confusas, de libros antiguos, de cuadros pintados por el tiempo, oye una risa. Su risa. La risa de la que ha añorado, de la que ha buscado, de ella, que ha sido su sueño de mil noches. Ella. Ella. Ella... Está sentada en un sofá en medio del salón. Es el centro de atención, cuenta algo y se ríe, y todos se ríen. Mientras él, solo, se queda en silencio. Ése es el momento que tanto ha esperado. ¿Cuántas veces en Estados Unidos, hurgando en los recuerdos, apartando momentos dolorosos, peñascos de desilusión, ha llegado allí, al fondo, hasta encontrar esa sonrisa? Y ahora está aquí, frente a él. Y la comparte con otras personas. Todo lo que era suyo, sólo suyo. Y repentinamente se ve corriendo a través de un laberinto hecho de momentos: su primer encuentro, el primer beso, la primera vez... La explosión enloquecida de su amor por ella. Y en un instante recuerda todo lo que no ha podido decirle, todo lo que hubiera querido que supiera, la belleza de su amor. Eso es lo que hubiera querido mostrarle. Él, simple cortesano admitido en su corte, arrodillado delante de su simple sonrisa, frente a la grandeza de su reino, hubiera querido mostrarle el suyo. Sobre una bandeja de plata, abriendo los brazos en una reverencia infinita, mostrándole su regalo, lo que sentía por ella: un amor sin límites. Todo es suyo. Sólo suyo. Más allá del mar y en el fondo, allí abajo, más allá del horizonte. Y aún más, más allá del cielo y más allá de las estrellas, y aún más, más allá de la luna y más allá de lo que se esconde. Eso es, éste es el amor que siente por ella. Y más aún. Por que esto es sólo lo que pueden saber. Le ama, por encima de todo aquello que no pueden ver, por encima de lo que no pueden conocer. Ya está, eso es quizá lo que también hubiera querido decirle. Pero no pudo. No pudo decirle nada que tuviera ganas de escuchar. ¿Y ahora? ¿Qué podría decirle ahora a esa chica que está sentada en el sofá? ¿A quién puede mostrarle las maravillas de ese gran imperio que le pertenecían? Le mira y ya no está. ¿Dónde se ha metido? ¿Dónde está esa sonrisa que le convertía en náufrago de certezas, pero tan seguro de felicidad? Quería escapar pero no hay tiempo, ya no hay tiempo.


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